Causas de la guerra





El 28 de junio de 1914 es asesinado en Sarajevo el heredero de la corona austríaca, el archiquque Francisco Fernando.
Tras el bombardeo, el 23 de julio, de Belgrado, capital de Servia, por parte de Austria, se desencadena, como consecuencia del sistema de alianzas, una cascada de movilizaciones que culminará el 1 de agosto con la declaración de guerra de Alemania a Rusia.
Comenzaba así una guerra que iba a durar cuatro años y tres meses.


Para los aliados no existía la menor duda de que Alemania  había sido el principal responsable del desencadenamiento del conflicto:


"Es Alemania, y solo Alemania, la que ha querido la guerra, la guerra no solo europea
sino mundial. Es ella la que ha arrastrado primeramente a Austria, y luego a Turquía
y Bulgaria. En el mundo siempre hay causas de guerra en suspensión. Pero solo
toman cuerpo cuando un conjunto de circunstancias o una "voluntad de poder"
las transforman en principios de acción. Las causas o pretextos de la guerra eran
exactamente los mismos en la Europa de 1905 o de 1911 que en la Europa de 1914.
Si la guerra no estalló entonces fue porque en 1905 y en 1911 Alemania no se
había decidido para la guerra: lo estaba en 1914."


Así quedó establecido en el artículo 231 de la Paz de Versalles, de junio de 1919, que obligaba a Alemania a hacer frente a todos los daños sufridos por los aliados, "como consecuencia de la guerra que les ha sido impuesta por la agresión de Alemania y sus aliados."
Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas. Como reconocieron los propios aliados poco después de concluida la guerra, por boca del que fue primer ministro italiano entre 1919 y 1920, "No puedo decir que Alemania y sus aliados fueron los únicos responsables de la guerra que ha devastado Europa (...) Esto, que afirmamos durante la guerra, era un arma que se podía utilizar entonces; ahora que la guerra ha terminado, no se puede utilizar como argumento serio."

A comienzos del siglo XX había acumulada en Europa tal tensión que un "ensayo de fuerzas" parecía inevitable. Todas las grandes naciones, sin excepción alguna, habían desarrollado una política que necesariamente debía desembocar en un conflicto armado.



Tanto en Austria como en Alemania existía un influyente partido interesado en la guerra, respaldado por poderosas fuerzas capitalistas.  Rusia estaba dispuesta a apoderarse de Constantinopla a cualquier precio. En Inglaterra se veía con pánico el imparable crecimiento económico alemán que estaba inundando con sus productos todos los mercados mundiales. Francia no veía el momento de recuperar sus provincias de Alsacia y Lorena, arrebatadas por Alemania en la guerra de 1870-1. El almirantazgo británico insistía en que se debía eliminar a toda costa la flota alemana, que cada vez ponía más seriamente en peligro la superioridad británica en los mares...



Cada uno de los dos bloques de potencias en que Europa se hallaba dividida (Entente y Triple Alianza) tenía sus propios planes de conquista y estaban dispuestos a entrar en guerra en el momento que considerasen más oportuno, utilizando para ello el pretexto que considerasen más adecuado.

Para Inglaterra, Francia y Rusia no era conveniente empezar la guerra en el verano de 1914. En cambio, en Alemania y Austria el atentado de Sarajevo les pareció la oportunidad para aplastar definitivamente a Servia, que llevaba demasiados años provocando e irritando a Austria, sobre todo desde la incorporación por esta de Bosnia-Herzegovina en 1908. Si el ataque a Servia provocaba la intervención de Francia y Rusia, el momento no podía ser más oportuno para luchar contra ellas. El problema era Inglaterra, pero en Alemania se creía en su inevitable neutralidad, ante la inminente guerra civil en que se vería sumida a causa del levantamiento de Irlanda; por otra parte, para que Inglaterra fuera un potencial enemigo debía crear un poderoso ejército terrestre, lo cual no se lograría antes de ocho semanas, el tiempo en que Alemania, de acuerdo con el Plan Schlieffen, aplastaría a Francia y Rusia. En el caso de quererlo, Inglaterra estaría en condiciones de intervenir cuando todo estuviera definitivamente concluido.

Así veía el escritor francés Roger Martin du Gard el tema de la "responsabilidad" de la guerra:



     "-¿Sabes cómo imagino yo que los historiadores contarán la historia que estamos viviendo? Dirán: "En junio de 1914, un día de verano, estalló bruscamente un incendio en el centro de Europa. El fuego se encendió en Austria. La leña había sido cuidadosamente preparada en Viena.
     -Pero -interrumpió Studler- ¡la chispa había partido de Servia! ¡Llevada por un viento del nordeste, violento y traidor, que venía directamente de San Petersburgo!
     -¡Y los rusos -continuó Jousselin- soplaron inmediatamente sobre el fuego!
     -...Con el consentimiento incomprensible de Francia -apuntó Jacques. ¡Y, de común acuerdo, han arrojado sobre la pira gran cantidad de varitas que tenían puestas a secar desde hacía mucho tiempo!
     -¿Y Alemania? -preguntó Jousselin- Y como nadie contestara, prosiguió: -Alemania, mientras tanto, miraba fríamente subir las llamas y extenderse las chispas..."
     -Queda Inglaterra.
     -¿Inglaterra? -exclamó Jacques- Para mí es muy sencillo: disponía, desde el principio, de una importante reserva de agua, que hubiera bastado perfectamente para apagar el incendio, y todo ello con la circunstancia agravante de que había visto claramente iniciarse y propagarse el fuego. ¡Pero se contentó con gritar: "¡Socorro!", aunque se guardó muy bien de abrir sus compuertas!... ¡Lo cual, a pesar de los aires pacíficos que ha pretendido adoptar, es muy posible que la haga comparecer ante el juicio de la posteridad como una malévola cómplice de los incendiarios!"


Si en 1939 el estallido de la Segunda Guerra Mundial fue considerado por todos los países como una auténtica catástrofe, en 1914, por el contrario, la guerra fue recibida con un optimismo y una alegría que a veces rallaba en la felicidad. La gente acudía presurosa al paso de las tropas, y lanzaba flores y besos. 
Así describía Richard Adlington el anuncio de la guerra en Inglaterra:



     "Después de algunos minutos se abrió una de las puertas del balcón 
central y apareció la figura del rey. Fue saludado con un inmenso 
clamor, al que respondió llevándose la mano a la frente. La multitud 
dejó oír un nuevo estribillo:
     -¡Queremos guerra! ¡Queremos guerra! ¡Queremos guerra!"


Por su parte, Francia, según Víctor Margueritte, tenía la alegría y el colorido de los días de fiesta:

     "¡Es asombroso! La gente no tiene el mismo aspecto. Algo ha cambiado. 
Se palpa la vida...   
  -Y yo que creía, dijo Pablo, que nadie en Francia quería la guerra... 
¡Recuerdan las calles de Verdún a la hora de la misa! Se pensaría 
que es la fiesta nacional... ¡Qué bonito domingo!"



Terminamos el recorrido en Alemania, de la mano de Hans Fallada:

     "La gente ríe, dichosa, y aclama a los oficiales. Cruzan flores 
por los aires, y las muchachas, arrancando de sus cabezas los
 inmensos sombreros de paja, los enarbolan por las cintas, 
gritando, a su vez, con animación: "¡Movilización, movilización! ¡Guerrra!"

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