¡Qué bonita es la guerra!



Si en 1939 el estallido de la Segunda Guerra Mundial fue considerado por todos los países como una auténtica catástrofe, en 1914, por el contrario, la guerra fue recibida con un optimismo y una alegría que a veces rallaba en la felicidad. La gente acudía presurosa al paso de las tropas, y lanzaba flores y besos. No había rastro de desánimo ni abatimiento, sino todo lo contrario.
Así describía Richard Adlington el anuncio de la guerra en Inglaterra:


     "Después de algunos minutos se abrió una de las puertas del balcón 
central y apareció la figura del rey. Fue saludado con un inmenso 
clamor, al que respondió llevándose la mano a la frente. La multitud 
dejó oír un nuevo estribillo:
     -¡Queremos guerra! ¡Queremos guerra! ¡Queremos guerra!"


Y lo mismo sucedía en Alemania, como leemos en una novela de  Hans Fallada:

     "La gente ríe, dichosa, y aclama a los oficiales. Cruzan flores 
por los aires, y las muchachas, arrancando de sus cabezas los
 inmensos sombreros de paja, los enarbolan por las cintas, 
gritando, a su vez, con animación: "¡Movilización, movilización! ¡Guerrra!"



Los hombres acudían en masa a las oficinas de reclutamiento. Los que habían sido declarados inútiles en el momento de realizar el servicio militar se enrolaban como voluntarios. Los muchachos mentían acerca de su edad y los ancianos rogaban ser admitidos. El escritor norteamericano John Dos Passos nos habla de una de sus obras de dos soldados de su compañía, uno de los cuales reconocía tener 63 años y el otro no tenía más de 15. Los que se hallaban en el extranjero acudían rápidamente a embajadas y consulados para volver lo antes posible y ser enviados al frente.



En sus Memorias, Bertrand Rusell recordaba que profesores de Universidad y escritores se sumaban a la ola nacionalista y apoyaban abiertamente la guerra. Los propios socialistas, que apenas unas semanas antes habían declarado la guerra a la guerra, se sumaban ahora a la ola de patriotismo que todo lo inundaba. Los mismos hombres que en el mes de mayo cantaban la "Internacional", ahora, en agosto, cuando eran embarcados en vagones de ganado, entonaban "La Marsellesa" o "Alemania por encima de todo."  

Apenas nadie logró escapar al contagio patriótico. Y los que lo consiguieron permanecieron, con escasas excepciones, en silencio pues, como afirmaba Romain Rolland, cualquier vez discordante en medio de aquella locura general era considerada antipatriótica.



"El que no está dispuesto a delirar como los demás es sospechoso. Y en
estos tiempos (...) todo sospechoso es un traidor (...) Se necesita
muchísimo valor moral para tratar de hacer oír una voz humana en
medio del concierto de fieras."



¿Cómo era posible que la gente se entusiasmara ante la perspectiva de una matanza? ¿Qué se imaginaban que era la guerra? ¿Acaso no se sabía que las terribles secuelas que todo conflicto trae consigo, muerte, destrucción, hambre, miseria moral, se verían centuplicados como consecuencia de la aplicación a la guerra de los últimos avances de la ciencia?

Para muchos, la guerra apareció como una liberación, como la llegada de un momento largamente esperado.
En Francia, los nacionalistas no cesaban de insistir en la necesidad de vengar la humillación sufrida en 1871. Se recordaba continuamente que la anexión de Alsacia y Lorena, explotadas desde entonces como colonias, carecía de legitimidad, pues faltaba el consentimiento de sus habitantes.


"En Santa Clotilde teníamos continuamente bajo los ojos, al lado del encerado, un
mapa de Francia en el cual se destacaba, a la derecha, en violeta, un triángulo:
"Nuestras provincias perdidas" (...) Yo comulgaba a la espera del día en que Francia
recobraría lo suyo." (Clara Malraux)


Todos los esfuerzos por lograr la germanización de estos territorios se habían saldado con un absoluto fracaso, y sus habitantes esperaban el momento de rebelarse contra su tirano y enarbolar la bandera francesa. Y el momento había llegado.














("¡Francesa... siempre!
Corazón de francesa.
¡Alemana... nunca!")



















A principios del siglo XX, los alemanes se sentían plenamente orgullosos de los avances demográficos, económicos y culturales logrados en los últimos decenios.


Sin embargo, a causa de la envidia que este desarrollo había provocado en algunos países, en concreto Francia e Inglaterra, Alemania debía dotarse de un ejército y una flota que le permitieran derrotar a quienes les negaban su lugar al sol.



"Queremos paz y para conseguirla debemos ir a la guerra. Este estado de cosas no
debe continuar por más tiempo. Rusia, Francia y, sobre todo, Inglaterra, debido
a la gran envidia que sienten por nosotros, no nos dejan ni un minuto tranquilos,
nos tienen siempre en continuo sobresalto. Nuestros negocios no pueden
desenvolverse como debieran. Nos hacen falta tranquilidad y paz. ¡A la guerra, pues!"


Como consecuencia de este crecimiento, Inglaterra era consciente de que la superioridad económica que había mantenido en el continente europeo durante todo el siglo XX corría peligro, y que en los próximos diez o quince años Alemania la alcanzaría y superaría. Por otra parte, y so pretexto de defender su comercio, que ahora tenía un alcance mundial, Alemania había iniciado la construcción de una poderosa escuadra de guerra que protegiera su pabellón comercial.

"El país estará bajo la amenaza de la hueste creciente de los Dreadnoughts alemanes
que hoy evolucionan en el Mar del Norte. Todo elemento de seguridad desaparecerá;
y el comercio y la industria británicos -sin que sepamos lo que haya de traer consigo
el mañana- declinarán rápidamente, acentuando así la decadencia y la
degeneración nacionales."


La alarma, pues, empezó a sonar en muchos círculos ingleses que defendían la adopción de una postura de fuerza para acabar con una competencia que estaba poniendo en peligro la propia existencia del Imperio británico. La invasión de Bélgica por Alemania proporcionó el argumento final.


Por otra parte, todo el mundo estaba convencido de que la guerra sería muy corta, de apenas unas semanas.
Veamos varios ejemplos, tomados de novelas de escritores alemán, británico, francés y ruso, respectivamente.


"-Nada de lágrimas, mujer -le dijo el improvisado soldado dándole unos golpecitos cariñosos 
en las mejillas-; para Navidad estamos de vuelta." (Ernest Glaeser)

"Lo imposible había acontecido. Tenían enfrente tres meses de horrores y matanzas. Sí, 
tres meses. No podía durar más. Probablemente menos. ¡Oh, sí!, mucho menos (Richard Adlington)

"-Escúchame bien: todo lo he previsto y dispuesto lo mejor posible. En el cajón
hallarás cuatrocientos francos, lo suficiente para tirar un mes, si eres económica,
ahora que te quedas sola con los niños. ¡Y de aquí allá, la guerra
estará pata terminar!" (Víctor Margueritte)

"Los oficiales declaran que la capacidad bélica de los alemanes y austríacos es 
insignificante en comparación con la rusa, francesa, belga e inglesa, de forma
que la guerra no podrá durar más de tres o cuatro meses." (Semjon Rosenfeld)


Y es que ambos rivales confiaban en una victoria relámpago. Alemania, de acuerdo con el Plan Schlieffen, pensaba lanzar todas sus tropas contra Francia, el enemigo más poderoso, mientras algunos efectivos controlaban a las tropas rusas, más lentas en movilizarse. La excelente preparación de su ejército, la artillería pesada y la inesperada maniobra de envolvimiento aplastarían a Francia en pocos días. Luego, aprovechando la excelente red ferroviaria alemana, todo su ejército se desplazaría hacia Rusia, a la que se derrotaría también en poco tiempo.





El ejército francés, por su parte, estaba seguro de acabar con la máquina militar alemana gracias a su espíritu ofensivo, las cargas de la bayoneta y sus famosos cañones del 75.




 En aquellos años no faltaron quienes opinaban que la paz, una paz excesivamente prolongada, embotaba los espíritus, provocando una especie de "afeminamiento" de las naciones. Es lo mismo que les sucede a los cuerpos que, faltos del necesario movimiento, se anquilosan.
La guerra, por el contrario, es una especie de aguijón que despierta a los pueblos de su adormecimiento, eliminando cuanto de apatía, mediocridad y flaqueza hay en la naturaleza humana.


"La guerra ha solido contribuir al progreso más bien que dificultarlo.
Atenas y Roma ascendieron al zenit de la civilización no a pesar de
sus numerosas guerras, sino merced a ellas. Grandes Estados, como
Alemania e Italia, se constituyeron en nacionalidades merced al
hierro y al fuego. La tempestad purifica el aire y arrasa los árboles
menores dejando en pie las encinas robustas. La guerra es la prueba
del valor verdadero de una nación, tanto política como intelectual
y físicamente." (Karl Von Stengel)



La guerra poseía, además, una enorme capacidad para transformar los vicios en cualidades. Las personas que durante toda su vida se mostraban mezquinas, mediocres, insolidarias se volvían generosas y humanas. La guerra difundía entre la población un profundo sentimiento de fraternidad, eliminando cualquier vestigio de egoísmo.





 La sangre y el dolor tienen la virtud de vivificar el espíritu. La guerra era una gran escuela de perdón: las viejas discordias, las afrentas, las rivalidades desaparecían o, al menos, se olvidaban. 
Así describía la escritora Marcelle Capy las primeras horas de la guerra en una aldea francesa:


"Antes, había críticas y envidias. Había familias que reñían para siempre pos cuestiones
de medianerías, de caminos, de deslindes (...) Había vecinos que se odiaban a muerte:
porque un perro había matado a unos polluelos; porque unas gallinas habían entrado 
en un viñedo; porque los hombres tenían la lengua larga y los hombres la sangre ardiente(...)
Las suegras criticaban a sus nueras, diciendo que arruinaban la casa con sus despilfarros.
Las nueras criticaban a las suegras, diciendo que su avaricia era una vergüenza, y
que llegaban hasta contarles los terrones de azúcar.
Los suegros acusaban a sus yernos de ser unos zánganos.
Los yernos acusaban a los suegros de estar chochos.
Y todo así (...)
Ahora había guerra, y el pueblo inventaba la paz.
Todo el mundo se había reconciliado. Ya nadie se criticaba (...)
Pasó el tiempo en que cada uno pensaba primero en sí y trabajaba su campo sin  
ocuparse de los demás.
Unos ayudarán a otros.
El pueblo ya no es un conjunto de familias.
Es el pueblo, unido como una masa de pan."








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